Samson
El vecino que vive al lado del puente roto le da hospedaje a la familia que lleva la muerta...
…porque cuando le dije a Cash que tendrían que volver a New Hope para cruzar y qué era en mi opinión lo que debían hacer, él se limitó a decir:
-Creo que podemos llegar.
No me gusta meterme donde no me llaman. Que cada cual se ocupe de sus propios asuntos, suelo decir. Pero después de hablar con Rachel de que no tenían a nadie que pudiera prepararla, y siendo julio y demás, volví al establo y traté de hablar del asunto con Bundren.
-Le di mi palabra -dice-. Siempre lo quiso así.
Caigo en la cuenta que son vagos, los que odian moverse, los que siempre siguen adelante una vez que se han puesto en movimiento; al igual que, una vez quietos, parecen odiar más el hecho de ponerse en marcha y de volver a pararse que el propio movimiento. Y es como si Bundren se sintiera ufano de cualquier imprevisto que hiciera parecer duro el hecho de quedarse quieto o ponerse en movimiento. Está en la carreta, encorvado, pestañeando, escuchándonos contar lo rápido que había arrastrado el puente y lo enorme que había sido la crecida, y que me cuelguen si no actúa como si estuviese orgulloso de lo que oye, como si hubiera sido él mismo quien hubiera hecho que se desbordara el río.
-¿Dice que en su vida lo había visto tan crecido…? –dice-. Que sea lo que Dios quiera –dice-. Supongo que no va a estar mucho más bajo por la mañana –dice.
-Será mejor que se queden aquí esta noche –digo-, y salgan mañana temprano para New Hope. –Me daban pena esas mulas esqueléticas. Se lo conté a Rachel; le dije-: ¿Qué? ¿Querías que les dijera que se dieran vuelta en la oscuridad, a doce kilómetros de su casa? ¿Qué otra cosa podía hacer? –dije-. No será más que una noche, y la van a meter en el establo, y se pondrán en marcha en cuanto amanezca.
-Así que a ellos le digo-: Quédense esta noche y mañana a primera hora se vuelven a New Hope. Tengo herramientas de sobra, y los chicos pueden ponerse a cavar después de la cena y dejarlo todo listo. –Y entonces veo que la chica me está mirando. Si sus ojos fueran pistolas, no estaría aquí contándolo. Y que me cuelguen si no me lanzó una mirada de fuego. Así que cuando volví a entrar en el establo y me acerqué a ellos, ella siguió hablando sin darse cuenta de mi presencia.
-Se lo prometió- dice-. No quiso irse hasta que usted se lo prometió. Pensó que podía fiarse de su palabra. Si no cumple su promesa, caerá una maldición sobre usted.
-Nadie puede decir que no quiero mantener mi palabra –dice Bundren-. Mi corazón está abierto a las personas.
-Me tienen sin cuidado cómo está su corazón- dice la chica. Habla en voz baja, como en susurros, y muy deprisa.
Se lo prometió. Tiene que hacerlo. Usted…. – Entonces me ve y deja de hablar, y se queda quieta. Si hubieran sido pistolas, no estaría aquí contándolo. Así que cuando le hablé del asunto, él dijo:
-Se lo prometí. Ella no hacía más que pensar en ello.
-Pero lo lógico es que quiera tener a su madre enterrada aquí cerca, y así podría….
-Es a Addie que le hice la promesa –dice él-. Estaba empeñada en ello.
Así que le dije que la llevaran al establo, porque volvía a amenazar la lluvia y la cena ya estaba casi lista. Pero no quisieron entrar en casa.
-Se lo agradezco –dice Bundren-. Pero no queremos molestar. Tenemos algunas cosas en la cesta. Podemos arreglarnos.
-Miren –digo. Si ustedes son así de especiales con las mujeres de su familia, yo también lo soy con la mía. Y cuando alguien llega a la hora de la comida y no quiere sentarse en nuestra mesa, mi mujer lo toma como un insulto.
Así que la chica entró a ayudar a Rachel. Y luego se me acercó Jewell.
-Bien –digo-. Puedes coger heno del altillo. Dale de comer luego de darle lo suyo a las mulas.
-Me gustaría pagarle –dice.
-¿Por qué? –digo yo-. Jamás le escatimaría a nadie un puñado de heno para su montura.
-Me gustaría pagarle –dice.
Creí entender que se refería a algo extra.
-¿Por algo especial? –digo yo-. ¿Es que tu caballo no come heno y grano?
-Más cantidad –dice-. Siempre le doy más cantidad, y no quiero que le deba nada a nadie.
-A mí no se me puede comprar comida, muchacho –digo-. Y si tu caballo puede comerse todo el heno del altillo, por la mañana te ayudaré a cargar el granero entero en la carreta.
-Él nunca le ha debido nada a nadie –dice-. Me gustaría pagarle.
Y si yo pusiera en práctica lo que a mí me gustaría, no estarías aquí en absoluto, me dieron ganas de decirle. Pero dije:
-Bien, pues ya es hora de que empiece. A mí nadie me compra comida.
Después de servir la cena, Rachel y la chica fueron a preparar las camas. Pero ninguno de ellos quería entrar.
-Lleva muerta lo bastante como para estar ya por encima de todas esas tonterías –digo.
Porque siento tanto respeto por los difuntos como el que más, pero hay que empezar por respetar los cuerpos mismos, y a una mujer que lleva muerta en una caja cuatro días el mejor modo de respetarla es darle sepultura cuanto antes. Pero ellos no querían.
-No estaría bien –dice Bundren-. Pero si los chicos quieren acostarse en esas camas, a mí no me importaría quedarme solo con ella. No le voy a escatimar eso a ella.
Así que cuando volví los encontré de cuclillas en el suelo alrededor de la carreta. A todos ellos.
-Por lo menos deje que el chico entre en casa y duerma como es debido –digo- . Y tú también deberías venir –le digo a la chica. No quería meterme en sus cosas. Pero tampoco le había hecho nada a la chica, que yo supiera.
-Ya está dormido –dice Bundren. Le han acostado en uno de esos pesebres vacíos.
-Bien, pues entonces ven tú –le digo a la chica. Pero ella sigue sin abrir la boca. Los otros siguen en el suelo, en cuclillas. Apenas se les puede ver-. ¿Y vosotros muchachos? –digo-. Mañana vais a tener un día duro.
Al rato Cash dice:
-Se lo agradecemos. Pero podemos arreglarnos.
-No queremos deber nada –dice Bundren-. Pero le damos las gracias.
Así que los dejé allí en cuclillas. Supongo que después de cuatro días estarían acostumbrados. Pero Rachel se negaba a aceptarlo.
-Es una atrocidad –dice-. Una atrocidad.
-¿Qué otra cosa puedo hacer? –digo-, se lo prometió.
-¿Quién está hablando de él? –dice-. ¿A quién le importa él? –dice, llorando-. Lo que quiero que tú y él y todos los hombres de este mundo que no hacen más que martirizarnos en vida y despreciarnos cuando estamos muertas, llevándonos a la rastra por todo el condado…
-Un momento. Un momento… -digo-. Estás disgustada.
-¡No me toques! –dice-. ¡No se te ocurra tocarme!
Un hombre nunca sabe para donde va a salir. He vivido con la misma mujer durante quince años y que me cuelguen si lo sé. He podido imaginar montones de problemas que podrían surgir entre nosotros, pero que me cuelguen si alguna vez se me pasó por la cabeza que uno, pudiera ser un cuerpo muerto de hace cuatro días, el cuerpo de una mujer. Pero ellas se toman la vida a la tremenda, no como viene, como los hombres.
Así que me quedé echado en la cama, oyendo cómo empezaba a llover, pensando en los que estaban en el establo, en cuclillas alrededor de la carreta, con la lluvia sobre la techumbre, y pensando en Rachel que lloraba a mi lado –al rato creía poder seguir oyendo sus lloros pese a saber que ya se había dormido-, y oliendo el cuerpo muerto por mucho que supiera que no pudiera olerlo. Pero tampoco sabía muy a ciencia cierta si era posible olerlo, porque quizá era sólo saber que había un cuerpo en el establo.
Así que a la mañana siguiente no bajé al establo. Les oí enganchar y luego, cuando supe que estaban a punto de partir, salí por el porche delantero y bajé por el camino en dirección al puente, hasta que oí que la carreta salía de la finca y emprendía el viaje de vuelta hacia New Hope. Luego, cuando volví a casa, Rachel me puso verde por no haber estado allí para hacerle entrar a desayunar. Uno nunca sabe con ellas. Cuando crees haber entendido que quieren una cosa, que me cuelguen si no tienes que cambiar de idea enseguida, y lo más probable es que además te lleves un buen rapapolvo por pensar que era eso lo que querían.
Pero era como si aún pudiera olerla. Aunque luego decidí que no era que la oliese, sino el hecho de saber que había estado allí (uno se engaña de cuando en cuando). Pero cuando entré en el establo me di cuenta que estaba equivocado. Al entrar por la puerta vi algo. Estaba como agachado, y al principio pensé que se trataba de uno de ellos que no se había marchado, pero luego vi lo que era. Era un buitre. Miró a su alrededor y me vio y avanzó por el suelo, con las patas abiertas y las alas como desplegadas, observándome primero como por encima del hombro y luego por encima del otro, como un anciano calvo. Al final salió del establo y alzó vuelo. Tuvo que volar un buen rato antes de ganar altura, estando como estaba tan pesado el aire y tan espeso y tan preñado de lluvia.
Si lo que decidían era seguir en dirección fija a Jefferson, supongo que lo mejor sería dar un rodeo por Mount Vernon, como había hecho MacCallum. Él, a caballo, estará en casa pasado mañana, y ellos estarán a unos treinta kilómetros de la ciudad. Pero puede que el que ese puente también se lo haya llevado la riada le enseñe a ese hombre la sensatez y el buen juicio del Señor.
Ese MacCallum… lleva unos doce años haciendo negocios esporádicos conmigo. Lo conozco desde chico; conozco su nombre de pila casi tanto como el mío. Pero que me cuelguen si ahora puedo recordarlo.