Dos vecinos sentados en la plaza... Fue justo al mediodía. Estábamos sentados en un banco de la plaza y vimos que se acercaba el auto del gobernador. Pasaron a buena velocidad.
-¿Quiénes son?- preguntó mi vecino.
-Abelardo Fontich- le contesté- y el auto es un Lincoln importado.
-No sabía que había de esos autos…-dice mi vecino- deben ser caros.
El auto dobla.
-No iba nadie atrás- dice.
-Abelardo nunca viaja atrás, va al lado del chofer. Costumbre que tiene el viejo- le digo.
-Es un buen hombre. Muy democrático.
-Es un viejo hijo de pu

ta que se ha llenado de plata. Es un hijo de pu

ta que se hace el socialista.
-¿Adónde irá?
-A la residencia. ¿No vio que giraron para allá?
-Es injusto que diga que Don Abelardo es un hijo de pu

ta. No se lo voy a permitir…
-¡¿Ah no?!
-Claro que no. Es un buen gobernante. A mi me dio una casa.
-Sí, conozco su casa. Si el del al lado le hace el amor a su mujer o la caga a palos usted se entera de todo. Su casa no tiene paredes, tiene tabiques.
Y en la pieza casi no le entra la cama. Y las puertas de chapas dejan pasar el chiflete y tan abaratadas que ya están podridas…
-Usted porque es un rico y se ha acostumbrado al lujo.
-¡Nah! Qué lujo. Si mi casa me la levanté yo. Sin ninguna clase de ayuda. Hilada tras hilada, de a poco. Iban naciendo mis chicos y en cuanto podía le agregaba el dormitorio. Lo que tengo lo gané a fuerza de trabajo y dedicación.
-¿Qué quiere decir? ¿Qué soy un haragán?
-No.
-…
Me suenan las tripas. Es hora de almorzar. Mi vieja cocinaba ñoquis para hoy, y de solo pensarlo, se me hace agua la boca.
-El primer cheque del barrio para el constructor, el único que sale sin problemas como escupida de músico, en realidad va a parar a la fortuna de Abelardo. Todo constructor conoce las reglas, y el que se hace el loco, nunca más gana una licitación.
Y después están las compras a precios inflados, ¿en el corralón de quién?
-No me va a decir que los corralones son de Abelardo.
-Todos sabemos que están a nombre de testaferros.
-Mentiras. Todas mentiras de la oposición.
-Sí, tiene razón. Déjelo ahí. No nos vamos a pelear ahora.
-Además, Verónica inauguró tremendo hospital. ¿Eh? ¿Qué me dice? ¿Se preocupa por el pueblo o no se preocupa?
-Sí, sí, claro…- le contesto.
Miro las hojas de los árboles. No se mueven. No existe ni la más ligera brisa. Tupungato está quieto. No vuela una mosca y mi compañero de banco ha enmudecido.
-Cuando quiera vaya a buscar la cortadora de pasto que me pidió prestada- le indico.
Asiente con la cabeza.
-La ceniza cae…- dice al fin mi vecino.
-Sí.
-¿Cree que va explotar?- pregunta pensativo.
-No. Creo que va a joder nomás.