Ya se me metió el veneno de las viejitas...
El otro día hablábamos (por TE) con Rolitio y comentábamos ese no sé qué que tienen las clásicas y antiguas. Coincidíamos que cuando uno sale ya está preparado para regresar a “pata”. Por eso las vueltas no se alejan del domicilio o del trailer salvador. ¡Pero que bueno cuando regresamos sobre la moto y no con la moto a cuestas! Otra cosa que escuché de Rolitio y estamos en un todo de acuerdo, es que estos cacharros viejos no doblan, no aceleran, no frenan y sin embargo nos atrapan y nos da placer conducirlos.
En la República Rasti –de la cual participo- se originan debates sobre el agregado de piezas y muchos estamos de acuerdo en no aumentar, porque nos obliga al ingenio y a la imaginación. Muchas veces sale a mención el otro juego de bloques de construcción, los Legos. Lego ha tenido que recurrir a piezas prearmadas, por ejemplo: en un barco, la proa y la popa ya son piezas de plástico que han perdido la ubicuidad de sus compañeros los clásicos bloques. La mayoría de nosotros prefiere crear estas partes aunque no queden ni tan filosa, ni tan redonda, ni tan perfectas. Trabajo para lograrla y para imaginarla lisa. La moto antigua es más o menos así. Uno tiene que ponerles mucha voluntad, sino no funcionan.
Quisquillosas y mañosas exigen procesos de puesta en marcha y no te vayas a olvidar de cerrar la canilla de nafta o dejar el contacto puesto, porque puede ocurrir desde la descarga de la batería hasta el riesgo de ¡prenderse fuego!
Suelen detenerse (o no arrancar) en el momento más inoportuno, pero sus averías no son profundas, se subsanan a base de ingenio, pocas herramientas y algunos conocimientos de mecánica. Cuantos más mejor.
Ahora, qué placer hacerlas funcionar. Qué bien aquellos que logran entenderlas en todos sus íntimos y menores aspectos, porque ahí sí, arrancan a la primer patada, regulan después de estar detenidas por varias semanas como si hiciera dos minutos que se las hubieran apagado. Son dóciles cuando se las entiende y responden de maneras asombrosas.
Otro detalle, tienen olor. Yo poseo una que aunque la cargue con nafta nueva, siempre tiene olor a ¡nafta vieja!
Sí, son lindos los cachivaches antiguos; y adictivos. Cuando se tiene una se quiere otra, y otra, y otra. Nos pasa a todos. ¿Por qué será?
¡Ojo que no soy fanático! Reconozco que si querés pasear, viajar o usarla como vehículo para diario no hay como las modernas. Eso no lo discuto. Son eficientes, limpias, seguras, rápidas, etc; o sea, tienen todas las ventajas que podamos desear.
A las viejas no vale la pena desgastarlas en recorridos largos o frecuentes. Son problemáticas y los repuestos difíciles de encontrar. Pero son lindas con su estética de antaño y todos los mecanismos bien a la vista. No necesitás sacar ninguna cacha para toquetear el motor, no hay plástico, sólo hierro, chapa o aluminio (bronce)… Y qué lindo resguardar ese pedazo de historia, saberse el dueño y disfrutarla en el momento que den las ganas. Porque no adhiero a restaurarlas y guardarlas en un museo estático, las viejitas son para andarlas y permitir que los amantes de los fierros las vean pasar. A mí me alegra el día cuando veo una antigua, aunque sea de otro. Y cada vez que en el face alguno anuncia un proyecto terminado, también me alegro. ¡Otra viejita salvada del óxido y del olvido! Podría asegurar que ya no se perderá nunca más. Quien las restaura o gasta dinero en ellas es porque las aprecia y no permitirá que se deterioren, y si llegara a cambiar de mano, seguro que las tratarán tan bien o mejor que el antiguo dueño. ¿No está bueno esto?