Autor Tema: La FN que volvió de la muerte  (Leído 2364 veces)

Desconectado El luxado

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La FN que volvió de la muerte
« : 19 de Mayo del 2016, 21:51 »
La FN que volvió de la muerte

   Muchas son las vivencias de nuestra niñez que nos acompañan hasta el final de nuestros días y muchas son las cicatrices que nos dejan, ese período en el que empezamos a reconocer el mundo que nos rodea, primero hasta donde alcanza nuestra vista, nuestra casa donde nacimos, nuestra ciudad, nuestro país, nuestro planeta, nuestra galaxia y luego pasamos el límite de lo conocido, ya no hay respuestas, solo conjeturas, suposiciones, “el infinito y la eternidad nos caen encima”, el mundo de lo racional y lo irracional se acercan, la certeza del principio y el final nos penetra hasta lo más profundo, pero seguimos adelante, simplemente porque no hay otro camino y con el tiempo comienza a no tener un sabor tan amargo. Intentamos despojarnos de la carga que llevamos en nuestro interior, he aquí el limite entre la juventud y la vejez, algunos lo cruzan antes, otros quizás después, pero siempre es lo mismo, muchas de las ideas que ayer atesorábamos, hoy se nos antojan ajenas, la certeza de tener que morir ya no nos atormenta, bebimos tanto de su veneno que nos inmunizamos, aunque recordamos con nostalgia el tiempo sin tiempo, el ingrediente fundamental de toda felicidad, la época en que el tiempo no tenía un rol preponderante y las verdades amargas no tenían tanto peso, el final era una certeza pero siempre muy lejana, en esta época de nuestra vida en que las vivencias y las historias nos parecían más maravillosas, más auténticas. Por eso quiero contarles un cuento a los ya oxidados motociclistas y en especial a aquellos que están en camino de oxidarse, para recordar aquellas historias que nos contaban de niños nuestros abuelos y nos llenaban de asombro y de cierto temor. Empieza como todo cuento debe empezar.
 
Había una vez, en algún lugar de los montes Transilvanos, un hermoso castillo, “sus murallas desafiaban a los acantilados y sus torres desafiaban a las nubes”, en él habitaban un príncipe y su esposa, la cual dio a luz un lindo niño al que llamaron “Leopoldo”. Ya en su mas tierna infancia el niño mostraba una gran curiosidad por descubrir el mundo que lo rodeaba y una gran predilección por los mecanismos que tuvieran movimiento propio. Así que, como todo niño curioso, desarmaba sus juguetes en busca de los secretos que entrañaban. A medida que crecía su sed insaciable de conocimiento lo llevo a hurgar en el mundo interior del castillo, en especial los relojes a los cuales se pasaba observando durante horas. Gran predilección tenía por la vieja máquina a vapor que bombeaba agua del lago a la cisterna del castillo, solía ayudar al viejo señor Smith (el sirviente que atendía la máquina) a alimentar la caldera con carbón y Leopoldo toleraba con una sonrisa a flor de labio los retos del anciano por haber trabado el mando del regulador para ver sacar al vetusto artefacto de su eterno ritmo. Sentía gran admiración y respeto por el herrero del castillo, al que  observaba durante horas golpear y calentar un trozo de metal para reparar algún cerrojo desgastado por el paso de los siglos.
 
Afecto a tener pocos amigos, encontraba paz y armonía en sus libros, de los cuales pronto aprendería las leyes que regían todos aquellos complejos sistemas de piezas.
 
No fue hasta aquella tarde de Abril del año 1914, en que cumplía 18 años, donde sucedió aquello que lo marcaría por el resto de su vida. Su padre, que regresaba de un viaje de negocios en una comarca vecina, le traía consigo un regalo. ¿Qué habría en aquella gran caja de madera, que no se le permitiría abrir hasta el día siguiente?
 
Por fin llego el momento, buscó una palanca y desclavó la tapa, nunca había visto algo semejante, parecía una bicicleta pero mucho más robusta y además tenía un motor. Esa noche no pudo dormir, leyendo el manual una y otra vez.
 
Al otro día ya estaba familiarizado con cada detalle, abrió el grifo del combustible, se aseguró que hubiera aceite en el depósito, atrasó el encendido y accionó la palanca de arranque. El motor de 4 cilindros arrancó con un ronroneo muy armonioso, y una profunda emoción lo embargó. Se subió y dio unas vueltas como pudo y apenas se sintió seguro traspuso el portón del castillo. Los lazos que se forjaron aquel día no serían quebrantados ni por la muerte.
 
Ya nada sería como antes. El que había sido un joven retraído en su mundo interior, comenzaba un nuevo camino: ver el mundo más allá de la muralla.
 
Pronto vinieron los viajes por la comarca y quedó maravillado de su belleza, los lagos coronados por cordones de montañas con sus picos nevados, las gordas cascadas descendiendo por los acantilados, los frondosos bosques; todo se mostraba como nunca antes, la naturaleza le hablaba y su mensaje era de belleza y de vida, pero también degradación y muerte, cada piedra que alguna vez había emergido de las profundidades, le mostraba rasgos de su terrible lucha, cada árbol que se alzaba altivo como un guerrero contra las tormentas mostraba sus cicatrices, le era común asistir con horror al espectáculo de la degradación en cualquier animal muerto o tronco caído, el cual volvía a convertirse en tierra y le daba la certeza de un final.
 
Esto acabaría por convertirse en el condimento de todo lo bello, era entonces cuando, el final de un verano, el caer de las hojas marchitas, un atardecer, lo conmovían hasta lo más profundo de su ser.
 
Pero no sería hasta una noche muy entrada la madrugada, en que regresaba de beber cerveza de una taberna del bosque, donde por primera vez sentiría algo desconocido, el final de su propio ser.
 
Salió, caminó hasta donde se encontraba su motocicleta, giro un cuarto la mariposa para que el agua se derramara sobre el carburo, espero un momento, corrió el vidrio de la farola y con su viejo chispero de pedernal, encendió la llama. Acto seguido arranco el motor y emprendió el regreso; era una anoche sin luna y la oscuridad apenas dejaba ver el entorno. Al descender hasta el vado del arroyo, el frío penetro por cualquier resquicio que encontró en su abrigo. De pronto en una curva, sintió que algo lo seguía, bajó la velocidad, miró hacia atrás pero nada, siguió acelerando como si huyera. De pronto giró bruscamente la cabeza y alcanzó a percibir algo, un frío atroz le corrió por la espalda, trató de calmarse pensando que había bebido demasiado, sacó fuerzas de su temor y se detuvo bruscamente, detuvo el motor pero nadie venía detrás, el silencio traspasaba como un navaja, la oscuridad del bosque infundía temor, solo se escuchaba en la lejanía el canto de una lechuza y los cilindros del motor que crujían por el cambio brusco de temperatura. Prosiguió la marcha y suspiró cuando vio el portón del castillo.
 
Ya en su cama no podía conciliar el sueño, el techo de la habitación daba vueltas, intento calmarse y pensó en visitar al otro día a Madame Blavatsky,
 ¡la curandera!
 
La venerable anciana vivía en el bosque y sus ungüentos y curas con hierbas le habían hecho famosa en toda la comarca. Ella había asistido la mayoría de los alumbramientos de la zona, también el de Leopoldo. Mucho se discutía sobre su edad, no pocas personas mayores aseguraban haberla conocido ya vieja y algunos susurraban al oído que ella tenía un pacto con la muerte.
 
Al otro día emprendió el camino por el estrecho sendero, el silencio del bosque infundía temor, no se escuchaban pájaros, las hojas muertas en el suelo, mezcladas con la humedad de la noche, exhalaban un hedor particular. A medida que avanzaba el follaje se hacía más tupido, de pronto dio con la vetusta casa, que más se asemejaba a una cueva de piedra, cubierta por la hiedra; de la chimenea salía una fina columna de humo y se elevaba suavemente al cielo irradiando algo de paz, como la llama de una vela que no es perturbada por ninguna brisa. Golpeó, y una voz del interior replicó:
 
- Pasa Leopoldo, te estaba esperando
 
Entro y se encontró con una anciana de largos cabellos blancos y vestimenta desarreglada, sentada junto al fuego del hogar.
 
- ¿Cómo sabía que vendría?
- Ji ji ji, estaba escrito, ji ji ji, ¡todos lo hacen! ¡Quieren saber! y tu ¿Qué quieres saber?
- Anoche volvía a casa y sentí que algo me perseguía y no fue solo mi imaginación, su presencia era muy fuerte…
- Ji ji ji ¡era ella!
- ¿ella?... ¿quién?
- Ella, tu eterna compañera, ji ji ji, la oscuridad eterna. Estira hacia atrás fuertemente tu brazo derecho, ¿sientes el frió en la punta de tus dedos?
- Sí
- Ella esta ahí, siempre a tu derecha, al alcance de tu brazo, siempre observándote, si giras bruscamente la cabeza, quizás la alcances a ver, ¡nunca podrás escapar Leopoldo! ¡Por más fuerte que vayas! Ella siempre es más rápida y cuando decida tocarte todo habrá terminado ji ji ji.
 
Apabullado y casi dando tumbos, salió de la casucha como pudo, caminó sin saber adonde… le llevo muchos días recuperarse de todo aquello.
 
Una madrugada, tiempo después, cuando ya casi todo se había olvidado, salió de la taberna y emprendió el camino a casa, a través del bosque como tantas veces. Al pasar por el viejo cementerio evitó mirarlo tratando de fijar la vista en el camino, al cruzar el vado del arroyo nuevamente sintió una presencia extraña, asustado hizo lo único que podía hacer ¡acelerar!  Espantado, sentía algo que le revoloteaba por detrás, con un chillido que helaba hasta los huesos, se le presentó una recta y abrió gases hasta que el dispositivo hizo tope en su límite, por el rabo del ojo, alcanzaba a ver una especie de alo negro que le seguía.
 
De pronto apareció una curva muy cerrada y ni siquiera intento frenar, sintió que las ruedas ya no hacían contacto con el suelo y debajo de él se abrió el abismo eterno.
 
Al otro día, al notar su ausencia el personal del castillo dio parte a la policía, la cual no tardó en encontrar el sitio del accidente.
 
Luego de algunas investigaciones, se determino como culpable a la “capa negra para protegerse de la lluvia” que se había soltado del porta paquetes y tras revolotear unos momentos, se enredó en la rueda trasera.
 
La ceremonia funeraria se realizó en la capilla del castillo y como era su deseo la moto se colocó en la cripta junto a su féretro.
 
Esto podría considerarse un final, pero el tiempo no lo quiso así…
 
Muchas nevadas se habían derretido en los tejados, muchas uvas habían madurado y convertido en vino, cuando una sobrina del conde dio luz a un hermoso niño y por esa propensión que tienen  las familias de repetir algunos nombres, lo llamaron “Leopoldo”.
 
Ya a su corta edad el joven Leopoldo, mostró gran curiosidad por el mundo que estaba al alcance de su vista, solía pasar horas al sol observando las lagartijas sobre las rocas o las plantas del jardín, pero su mayor atención la tenía cualquier artefacto mecánico con movimiento propio, parecía entender casi naturalmente las leyes que lo regían.
 
Ya joven conocía bien, por boca de algunos viejos sirvientes, las historias de su tío. Un día le preguntó a su madre si podía bajar a la cripta a ver la moto del tío, lo cual se le prohibió. Durante los oficios religiosos en la capilla, toda su atención estaba en la reja a la derecha del pulpito, detrás de la cual nacía la escalera que conducía a las entrañas del castillo. Esto ejercía un magnetismo casi mágico.
 
Una noche no resistió más, rayaba sus 16 años y a hurtadillas salió de su habitación hacia la capilla, se situó frente a la reja y vio que la oxidada cerradura no había sido abierta en años. Pensó que sería muy difícil sin la llave, pero el ojo avezado y escrutador, pronto se percató que esta estaba montada sobre unos tornillos que oficiaban de bisagra, y que si lograba quitar las tuercas podría descalzarlas y entrar. Resolvió volver al otro día con los elementos necesarios y así lo hizo.
 
Luego de un poco de trabajo logro quitarla, encendió la linterna y bajo la fría escalera, se encontró con un recinto lleno de arcadas. En los huecos de las paredes descansaban viejos ataúdes muy deteriorados, pero uno en especial tenía frente a él los restos de una motocicleta. Se acercó y vio que el tiempo y la humedad habían hecho mella en los metales, solo las piezas de bronce se encontraban en buen estado.
 
¿Podría hacerla funcionar de nuevo? ¿Por qué no?
 
Ideó un plan: llevarla al cobertizo detrás de la caballeriza donde nadie entraba hacía mucho tiempo, el lugar estaba en desuso, sería perfecto.
 
Tan pronto como logró rescatarla se abocó a estudiar los detalles, muchas cosas estaban en mal estado, pero con paciencia y perseverancia sabía que lo lograría. Varios años llevo la restauración, todas las noches se escapaba a escondidas ante las miradas cómplices de algunos sirvientes que intuían lo que sucedía.
 
Finalmente, mucho tiempo después, llegó el día tan esperado, abrió el grifo del combustible, revisó que hubiera aceite en el depósito, atrasó el encendido y accionó la palanca de arranque, el motor de 4 cilindros inicio así su característico ronroneo.
 
El júbilo era tan grande que se olvidó de todo, abrió la puerta del cobertizo, se subió y dio una vuelta por el patio, ante la mirada atónita de todos. Cuando se sintió seguro se aventuro más allá de las murallas del castillo.
 
La máquina había realizado un ciclo completo, las manecillas del reloj habían pasado por lo más alto de la esfera y empezaban a contar de nuevo, se había cumplido así la ley.
 
¡La ley del retorno eterno!
 
Sir William Conde de Bostinson.

Fuente: La Sociedad de los Motores Muertos
Enlace: http://sociedadmotoresmuertos.jimdo.com/diarios-historias/historias-de-motos/la-fn-que-volvi%C3%B3-de-la-muerte/

Desconectado Jarod

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  • Juan Pablo
Re:La FN que volvió de la muerte
« Respuesta #1 : 19 de Mayo del 2016, 23:12 »
Bienvenido el camino del óxido. No hay motivo ni razón para esquivarle a las inclemencias del día a día!!!

Hermoso relato Luxado!!!  okx okx

 graciasx por compartirlo!!!

Aquí los conocí... aquí los he de encontrar

Desconectado GS990

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Re:La FN que volvió de la muerte
« Respuesta #2 : 03 de Julio del 2016, 12:30 »
Muy buen relato

Enviado desde mi XT1032 mediante Tapatalk

Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te
ganará por experiencia.