El Douglas C-47 de mi infancia
Probablemente habría sido un día de verano. Mi viejo escuchó un avión y fue a buscarme a casa. De ahí al “campo de aviación” en el viejo Mercury que siempre olía a nafta.
Yo no sabía que el avión estacionado en el patio cuadrado de hormigón era un C-47, pero como tengo memoria fotográfica para todo tipo de cachivache, luego de más grande, lo supe.
En ese lugar estaba, con su color blanco y su franja roja y sus chorreaduras de aceite y sus manchas de hollín, ese ave de metal, burdo y majestuoso a la vez, esperaba. ¿Qué?
Nosotros también esperamos. No se veían pasajeros y el avión no tenía ventanillas. Evidentemente era un carguero. Y en eso entró a la “pista” un camión jaula. Recuerdo el camión: un Mercedito 312 color verde apagado con su semi remolque corto con jaula de madera y traía una carga de ovejas. Atracaron marcha atrás contra el portón trasero izquierdo del avión y tras unas maniobras preparativas comenzaron a traspasar las ovejas.
A todo esto la tarde moría en un declive suave.
Retiraron el camión. Arrancaron los motores y calentaron con toda la parsimonia del mundo. En un momento soltaron los frenos, aceleraron y salieron en un rugido del único cuadrado pavimentado en viraje arrojando sobre nosotros el aire viciado y caliente de los motores, polvo, arena, palitos. Aclaro por si no me expliqué bien, toda la pista era de tierra….
El Douglas como un gigante enojado y solitario enfiló a la cabecera de la pista y lo perdí de vista (o no recuerdo esa parte).
Lo vi pasar a la carrera, con las últimas luces del día. Casi enfrente nuestro levantó vuelo. Yo miraba fascinado las llamaradas que salían por el caño de escape. Cortas y gruesas, globosas, bien definidas.
Escondió las ruedas y en suave giro tomó rumbo 61…
Luxadin