(A una pregunta del Magusb)
¡Cómo saber el precio de la XL! A cambiado tanto el valor relativo del dinero, incluso de denominación: "moneda nacional", "pesos ley 18.188", "australes"... ¡Qué sé yo!
A la 250 la compré en capital. Llegué en el micro a eso de las seis y media de la mañana, me tomé el subte y aparecí por Avda. Sta. Fe donde casi se hace Cabildo, ahí me agarró una cagadera y tuve que ir a un bar. Aproveché a repetir el desayuno, tenía que hacer tiempo. Quedé preocupado por mi estómago, si persistía en su traición me esperaba un pésimo día. A escasas cuadras, cerca de las 8:30 hrs., debía encontrarme con un amigo de una tía que me iba a acompañar. El fulano se dedicaba a vender libros. Cuando llamé al domicilio me atendió una mucama en su uniforme y me hizo pasar. Una vez dentro me enteré que también tenía cocinera. Ambas mujeres paraguayas ¡cama adentro! Se hizo llevar el desayuno al dormitorio y luego se levantó. A mí a penas me conocía, pero se portó re-bien. Me llevó en un Peugeot 405 hasta La Lucila (mi hija se llama Lucila), a la calle Dardo Rocha, a una casa pegada al hipódromo de San Isidro. En ese lugar pagué el importe a la mamá del dueño (ya teníamos el negocio resuelto, ya habíamos estado con mi hermano en un viaje anterior), recibí la documentación y la moto. Una vez cerrado el trato, el tipo me saludó dándome la mano y me deseó suerte. Yo le agradecí de todo corazón.
Agarré la 250 y enfilé para Buenos Aires por Libertadores.
Todo bien; anduve y anduve, por todos lados, por todos los lugares. No quería parar, tenía miedo que al detenerme me robaran la moto. A medio día comí un sándwich y una coca en un bar bastante céntrico; estacioné la 250 en la vereda y no le quité los ojos de encima.
A la tarde seguí la recorrida, debía esperar a las 18 hrs. para fletarla hacia Santa Rosa.
Una anécdota: Andaba por los barrios del sur (sur-oeste), cercano a La Boca, zona de transportes pesados (por ahí estaba la base de Román), una zona de relativo poco transito. Recuerdo que la calle era adoquinada, frotada a base de uso; con ese lustre de brillos azulados tan característico. Corría continua sin salida a la derecha. Los galpones de carga y las bocacalles se sucedían a la izquierda. Al ver despejado aceleré la XL y amagué una finta a un gran camión Mack amarillo, detenido contra el cordón de la vereda. ¡Al rebasarlo el susto que me di! Adelante, a unos 75 metros había otro Mack igual, enrollaba con su malacate un cable como de 24 milímetros de espesor. El cable se tensaba entre los dos armatostes porque usaban al primero de contrapeso. ¡Casi me descogoto!
Luego, fui al transporte, cargamos la moto y me vine de regreso de acompañante del camionero. Al tipo de las paraguayas nunca más lo vi; varios años después, me enteré por mi tía, de su deceso a causa de un ataque al cuore.
Este texto ya fue publicado; lo menciono porque esta, mi nueva historia, es la continuación de aquella.
En aquel momento me quedé con las ganas de traerla rodando a Santa Rosa. Mi viejo, que había puesto el dinero, no quería saber nada del viaje y además, mis escasos 20 años, sin ninguna experiencia en trayectos largos, hasta a mí me lo hacía parecer peligroso.
Para cerrar el círculo de la vida, esta vez, debía cumplir aquella inquietud.
Al negocio, lo cumplimentamos en Buenos Aires. Ya unos días antes volaba de ansiedad y otra vez repetía la ligereza de tripas. Nada de lo que comía se quedaba en su lugar más de media hora. Antes de viajar me tomé media “pastillita” para poder conciliar el sueño en el ómnibus. Luego, en la mañana anduve como un zombie y me obligué a una siestita para reponer energías. Pero fue más sobresaltos que sueño y no aguanté más, me levanté y salí para el taller donde estaba la moto. Los subtes estaban de paro hasta la 16 hs. y caminé para hacer tiempo y acortar el costo del Taxi. Cuando la hora se perfiló, me subí a un taxi que me dejó de una en la esquina acordada. Pero nadie había escuchado del taller y nadie lo conocía. Para colmo de males el vendedor tenía apagado el celular. Dí vueltas como un marmota hasta que por fin se me ocurrió contactar con el antiguo dueño de la moto que me hizo dar con el taller. La ansiedad me devoraba y el tiempo transcurría como una masa viscosa que me mantenía atrapado en su seno.
El mecánico trabaja a puertas cerradas; después de unas cuantas vueltas, abrió y pude pasar. El tipo se dedica a Honda y restaura motos de 20 o 30 años para atrás. Adentro, parte de la ansiedad cedió y me enloquecí con mi chica. Muchos recuerdos vinieron de golpe, muchas aventuras pasaron por mis recuerdos aderezados por todas las máquinas que me rodeaban y los olores a nafta, aceite, goma…
Pedí permiso, subí, cebé, di una patada. Arrancó como los dioses; cebador al medio, quedó regulando.
Faltaban algunos retoques y me fui, quería dejarlos tranquilos a los muchachos para que saliera todo bien. Me tomé un bondi que va por un carril especial y en poco tiempo estuve en Corrientes, me bajé y busqué una boca de subte. Iba inquieto, pero contento.
Una vez bajo tierra enfilé para el complejo “Teatro San Martín”; me gusta ir a la sala “Leopoldo Lugones” porque siempre pasan cine del bueno. Saqué entrada (es muy barato) y como tenía casi hora y media para la función arranqué a Lavalle hacia un negocio de maquetas plásticas. Si bien hace como 20 años que no practico el hobby, me gusta mirar las cajas…
La peli era española del año 1947, no me llenó tanto pero me interesó la estética de aquellos años. No se las haré larga, al otro día me encontré con el cuis Dcastrelo para charlar y tomar un café. Como siempre, con Darío compartimos una charla que fue muy grata. Días antes nos habíamos comunicado por privado y le había pedido que me acompañara a la salida, hasta Luján. El pibe, que es muy generoso, me insistió que sería hasta Mercedes. No sabía como agradecerle; los conurbanos me ponen nervioso, cada vez más. No me importan los desiertos solitarios, no les temo; al gentío… mhhh…
Quedamos con Darío salir ese mismo día a las 15 hs, aunque el plan original era para el sábado a la mañana. Como la XL estaba lista, decidí acortar angustias y evitarme dejarla esa noche en una cochera, abandonada a quién sabe que fantasmas.
A las 14 hs. estaba en el taller, pagaba, me daban la documentación. Un chorrito de aire a la rueda delantera, atar el bolso y esperar a Darío. Los minutos parecían horas. De pronto escuchamos la Tornado de Darío. Enloquecí, casi doy un salto para levantar la cortina. Sacamos la moto, calenté un poco -es media lerdona para la temperatura- mientras saludaba a los muchachos. A Roberto, mi restaurador; a Daniel, el dueño del taller; a Rafael, mi colega y hermano de Roberto. Dimos acelerador y salimos…
Continuará...